OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

DEFENSA DEL MARXISMO

 

 

"L'ACTION FRANÇAISE", CHARLES MAURRAS, LEON DAUDET[1]

 

Enfoquemos otro núcleo, otro sector reaccionario: la facción monárquica, nacionalista, guerrera y antisemita que acaudillan Charles Mau­rrás y León Daudet y que tienen su hogar y su sede en la casa de L'Action Française. Las extremas derechas están de moda. Sus capitanes jue­gan sensacionales roles en la tragedia de Europa.

En tiempos de normal proceso republicano, la extrema derecha francesa vivía destituida de influencia y de autoridad. Era una bizarra secta monárquica que evitaba a la Tercera República el aburrimiento y la monotonía de un ambiente unánime y uniformemente republicano. Pero en estos tiempos, de crisis de la democracia, la extrema derecha adquiere una función. Los elementos agriamente reaccionarios se agrupan ba­jo sus banderas, refuerzan su contenido social, y actualizan su programa político. La crisis europea ha sido para la senil extrema derecha una especie de senil operación de Voronof. Ha actua­do sobre ella como una nueva glándula inters­ticial. La ha reverdecido, la ha entonado, le ha inyectado potencia y vitalidad.

La guerra fue un escenario propicio para la literatura y la acción de Maurrás, de Daudet y de sus mesnadas de camelots du roi. La guerra creaba una atmósfera marcial, jingoísta, que resucitaba algo del espíritu y de la tradición de la Europa Pretérita. La "unión sagrada" hacía gravitar a derecha la política de la Tercera República. Los reaccionarios franceses desempeñaron su oficio de agitadores y excitadores bélicos, Y, al mismo tiempo, acecharon la ocasión de torpedear certeramente a los políticos del radicalismo y a los leaders de la izquierda. La ofensiva contra Caillaux, contra Painlevé, tuvo su bullicioso y enérgico motor de L'Action Française.

Terminada la guerra, desencadenada la ola reaccionaria, la posición de la extrema derecha francesa se ha ensanchado, se ha extendido. La fortuna del fascismo ha estimulado su fe y su arrogancia, Charles Maurrás y León Daudet, condottieros de esta extrema derecha, no provienen de la política sino de la literatura. Y sus principales documentos políticos son sus documentos literarios. Sus gustos estéticos igual que sus gustos políticos, están fuertemente impregnados de reaccionarismo y monarquismo. La literatura de Maurrás y de Daudet confiesa, más enfática y nítidamente que su política, una fobia disciplinada y sistemática del último siglo, de este siglo burgués, capitalista y demócrata.

Maurrás es un enemigo sañudo del romanticismo. El romanticismo no es para Maurrás el simple fenómeno literario y artístico. El romanticismo no es únicamente los versos de Musset, la prosa de Jorge Sand y la pintura de Delacroix. El romanticismo es una crisis integral del alma francesa y de sus más genuinas virtudes: la ponderación, la mesura, el equilibrio. América ama a la Francia de la enciclopedia, de la revolución y del romanticismo. Esa Francia jacobina de la Marsellesa y del gorro frigio la indujo a la insurrección y a la independencia. Y bien. Esa Francia no es la verdadera Francia, según Maurrás. Es una Francia turbada, sacudida por una turbia ráfaga de pasión y de locura. La verdadera Francia es tradicionalista, católica, monárquica y campesina. El romanticismo ha sido como una enfermedad, como una fiebre, como una tempestad. Toda la obra de Maurrás es una requisitoria contra el romanticismo, es una requisitoria contra la Francia republicana, demagógica y tempestuosa, de la Convención y de la Comuna, de Cómbes y de Caillaux, de Zola y e Barbusse.

Daudet detesta también el último siglo francés. Pero su crítica es de otra jerarquía. Daudet no es un pensador sino un cronista. El arma de Daudet es la anécdota, no es la idea. Su crítica al siglo diecinueve no es, pues, ideológica sino anecdótica. Daudet ha escrito un libro panfletario, El estúpido siglo diecinueve, contra las letras y los hombres de esos cien años ilustres. (Este libro estruendoso agitó a París más que la presencia de Einstein en la Sorbona. Un periódico parisién solicitó la opinión de escritores y artistas sobre el siglo vituperado por Daudet. Maurice Barrés, orgánicamente reaccionario también, pero más elástico y flexible, dijo en esa encuesta que el estúpido siglo diecinueve había sido un siglo adorable).

El caso de esta extrema derecha resulta así singular e interesante. La decadencia de la sociedad burguesa la ha sorprendido en una actitud de protesta contra el advenimiento de esta sociedad. Se trata de una facción idéntica y simultáneamente hostil al Tercer y al Cuarto Estados, al individualismo y al socialismo. Su legitimismo, su tradicionalismo la obliga a resistir no sólo al porvenir, sino también al presente. Representa, en suma, una prolongación psicológica de la Edad Media. Una edad no desaparece, no se hunde en la historia, sin dejar a la edad que le sucede ningún sedimento espiritual. Los sedimentos espirituales de la Edad Media se han alojado en los dos únicos estratos donde podían asilarse: la aristocracia y las letras. El reaccionarismo del aristócrata es natural. El aristócrata personifica la clase despojada de sus privilegios por la revolución burguesa. El reaccionarismo del aristócrata es, además, inocuo, por que el aristócrata consume su vida aislada, ociosa y sensualmente. El reaccionarismo del literato, o del artista, es de distinta filiación y de diversa génesis. El literato y el artista, en cuyo espíritu persistía aún el recuerdo caricioso de las cortes medioevales, ha sido frecuentemente reaccionario por repugnancia a la actividad prác­tica de esta civilización. Durante el siglo pasado, el literato ha satirizado y ha motejado agrazmente a la burguesía. La democracia se ha asimilado, poco a poco, a la mayoría de los inte­lectuales. Su riqueza y su poder le han consen­tido crearse una clientela de pensadores, de literatos y de artistas cada vez más numerosa. Actualmente, además, una vanguardia brillante marcha al lado de la revolución. Pero existe to­davía una numerosa minoría contumazmente obstinada en su hostilidad al presente y al futuro. En esa minoría, rezago mental y psicoló­gico de la Edad Media, Maurrás y Daudet tienen un puesto conspicuo.

Pero penetremos más hondamente en la ideo logia de los monarquistas de L'Action Française. Los revolucionarios miran en la sociedad bur­guesa un progreso respecto de la sociedad medioeval. Los monarquistas franceses la consideran simplemente un error, una equivocación. El pensamiento revolucionario es historicista y dialéctico. Parte de la idea de que en la entraña del régimen burgués se plasma el régimen socialista. El pensamiento monarquista es utopista y subjetivo. Reposa en consideraciones éticas y estéticas. Más que a modificar la realidad, parece dirigido a ignorarla, a desconocerla, a negarla. Por eso ha sido hasta ahora alimento exclusivo de un cenáculo intelectual. La muchedumbre no ha escuchado a quienes abstrusa y míticamente le afirman que desde hace siglo y medio la humanidad marcha extraviada. La predicación monárquica de La Acción Francesa no ha tenido eco, antes de hoy, sino en una que otra alma bizarra, en una que otra alma solitaria. Su actual brillo, su actual resonancia, es obra de circunstancias externas, es fruto del nuevo ambiente histórico. Es un efecto de la gesta de las camisas negras y de los somatenes. Los artífices, los conductores de la contrarrevolución europea no son Maurrás ni Daudet, sino Mussolini y Farinacci. No son literatos disgustados, malcontentos y nostálgicos, sino oportunistas capitanes procedentes de la escuela demagógica y tumultuaria. Los hierofantes de La Acción Francesa se someten, se adhieren humildemente a la ideología y a la praxis de los caudillos fascistas. Se contentan con tener a su lado un rol de ministros, de tinterillos, de cortesanos. Maurrás, selecto y aristócrata, aprueba el uso del aceite de castor.

Todo el caudal actual de la extrema derecha viene de la polarización de las fuerzas conservadoras. Amenazadas por el proletariado, la aristocracia y la burguesía se reconcilian. La sociedad medioeval y la sociedad capitalista se funden y se identifican. Algunos pensadores, Walther Rathenau, por ejemplo, dicen que dentro de una clase revolucionaria conviven mancomunados y confundidos estratos sociales que más tarde se separarán y se enemistarán. Del mismo modo, dentro de la clase conservadora, se amalgaman capas sociales antes adversas. Ayer la burguesía, mezclada con el estado llano, con el proletariado, destronaban a la aristocracia. Hoy se junta con ella para resistir el asalto de la revolución proletaria.

Pero la Tercera República no se resuelve todavía a conferir demasiada autoridad a los fautores del rey. Recientemente dio a Jonnart un asiento en la Academia, ambicionado por Maurrás. Entre un personaje burocrático del régimen burgués y el pensador de la corte de Orleans, optó por el primero, sin miedo a los silbidos de los camelots du roi. La Tercera República se conduce prudentemente en las relaciones con la facción monarquista. Sus abogados y sus burócratas, sus Poincaré, sus Millerand, sus Tardieu, etc., flirtean con Maurrás y con Daudet, pero se reservan avaramente la exclusiva de los primeros puestos.

¿Organizarán Maurrás y Daudet, como organizó Mussolini, un ejército de cien mil camisas negras para conquistar el poder? No es probable ni es posible. Francia es un país de burgueses y de campesinos, cautos, económicos y prácticos, poco dispuestos a seguir a los capitanes del rey.

La Acción Francesa y sus hombres son un elemento de agitación y de agresión; no son un elemento de gobierno. Son una fuerza destructiva, negativa; no son una fuerza constructiva, positiva. El futuro se construye sobre la base de los materiales ideológicos y físicos del presente. La Acción Francesa intenta resucitar el pasado, del cual no restan sino exiguos residuos psicológicos. Quiere que la política francesa de hoy sea la misma de hace quinientos o mil años. Que Alemania sea aniquilada, talada, subyugada.

En siglo y medio de civilización capitalista, el mundo se ha metamorfoseado totalmente. La vida humana se ha internacionalizado. El destino, el progreso, la mentalidad, la costumbre de los pueblos se han tornado misteriosa y complejamente solidarios. La humanidad marcha, consciente o subconscientemente, a una organización internacional. Este rumbo ha generado la ideología revolucionaria de las internacionales obreras y la ideología burguesa de la Sociedad de Naciones. Para los camelots du roi este nuevo panorama huma- no es nulo, inexistente. La humanidad actual es la misma de la época merovingia. Y Europa puede aún ser feliz bajo el cetro de un rey Borbón y, bajo la bendición de un pontífice Borgia.

 


NOTAS:

1 Publicado en Variedades. Lima, 15 de Diciembre de l925.